miércoles, 29 de agosto de 2018

DE BROTE EN BROTE Y... TIRA PA´ LANTE QUE YE LO QUE QUEDA:

Como os comenté en el Post anterior, me diagnosticaron de EM un 14 de Setiembre de 2016, a la edad de 31 años (como suelen decir los mayores… “en la flor de la vida”, que para mí no se yo… más que flor… lo llamaría “capullo”).
Un día como otro cualquiera, me levanto para ir a trabajar y al poner los pies en el suelo... -uyyy pero que perezosos tengo hoy los pies…si todavía no despertaron…las que están bien despiertas son las hormiguitas que me corren por los dedos… venga va, voy a dar unas pataditas al suelo a ver si ya se me pasa…-  -¡upss! Parece que no…bueno en cuanto esté en movimiento ya pasará, no pierdo más tiempo que al final por esta “tontería” voy a llegar tarde al trabajo… -
Al paso de los días fue a peor, en cosa de 2 semanas, esas hormiguitas que sentía subieron hasta la cadera, como también aumentó la torpeza, pesadez de piernas, sensación de acolchamiento (que yo en esos momentos para explicarlo decía que era como cuando te está marchando la anestesia, que sientes pero a la vez no sientes) y falta de fuerza. Pero a mí no me dolía nada… ¿al médico? Para qué, era cansancio del trabajo y que estábamos en pleno Agosto, seguramente todo era culpa del calor. -Si eso…ya iré cuando me acaben los contratos- y así estuve hasta que un día estando en el turno con una compañera enfermera de la UVI (que gracias a ella decidí ir, que no se porqué, pero tal vez por la cara que puso así como…eso que me estás contando no es normal…), pues al día siguiente fuí (porque tampoco quise llamar que bajará a verme el médico allí mismo, no, para que los voy a molestar…mañana voy a mi médica de cabecera). 
Que inocente de mí… no me imaginaba ni lo más mínimo lo que estaba por venir… que el hospital ya no sería mi lugar de trabajo, sino que, pasaría a ser prácticamente, lo más parecido a mi “segundo lugar de residencia”; y que ese puesto de trabajo que siempre he soñado y con tanto ahínco luché para conseguir… se iría convirtiendo en una auténtica pesadilla en la que, mi vida se reduciría a un mundo de hospitales, bien por trabajo o bien por salud. 
Mi médica de cabecera me examinó y directamente me mandó para urgencias del hospital… y allí me dejaron ingresada a la espera de que me vieran los neurólogos y me hicieran las pruebas pertinentes. -Pero cómo, no puedo, yo tengo turno de noche- les dije… 
Diez días haciéndome pruebas: 2 resonancias, potenciales evocados, electromiografía (ésta solamente para descartar problemas de músculo, pero la que más me dolió con mucha diferencia, bufff), la “indiscutible” punción lumbar (en la que el líquido cefalorraquídeo, le dio por salir al segundo pinchazo…uffff) y como no, “sangre por un tubo”, o, mejor dicho por “muchos tubos” porque joerrr, aquella cantidad alimentaría a media Transilvania. Otros 5 días ya fue para poner la primera dosis de corticoides de rigor para el brote. En total estuve 15 días ingresada, que en comparación con otra gente, sé que mi diagnóstico fue muy rápido y por ello debo de estar contenta. 
Con el paso del tiempo y ver brotes, me di cuenta que en mayo de ese mismo año ya había tenido otro brote que como tampoco me dolía, lo dejé pasar. En esa ocasión la pierna derecha no tenía casi fuerza, me tenía que apoyar en la otra; así 3 semanas más o menos, no recuerdo bien, pero con claridad, ahora sé que era un brote.
Tuve un año y medio malísimo…vaya comienzo… no se lo deseo ni a mi peor enemigo: 6 brotes (1 cada 4 meses), 7 ciclos de corticoides (uno de ellos de 3 días por riesgo de brote, y los otros de sus correspondientes 5 días como manda el reglamento…), 4 resonancias y 3 tratamientos distintos (parece tal cual que estoy citando la lista del supermercado, jejeje… hay que tomarlo un poco a risa… porque sino…). Todo esto os lo iré contando en próximos post detalladamente.
También hay que resaltar el lado psicológico que no es menos importante que cualquier síntoma de la EM, pero que por desgracia como tampoco se ve pasa desapercibido tanto por los facultativos como por la gente que te rodea… y que a nosotros nos va hundiendo cada día un poquito más y más, no pudiendo ver la “luz al final del túnel”… bueno esa “luz” casi que sí la llegas a ver (como espejismo claro) jajaja, porque es una auténtica y agotadora agonía…
Pero como todo no va a ser malo siempre… y lo bueno llega… al fin mi neuróloga (la cual adoro, porque es estupenda) dio en la diana con la medicación y ahora estoy estabilizando, mi última resonancia: 0 lesiones nuevas y 0 actividad.
¡Pero como me gusta a mí ahora el número 0! ¡VIVA EL 0 Y LA MADRE QUE LO PARIÓ! (como se nota que estoy felizona eh jejejeje; al fin conseguí apagar esa “luz” y salir del “túnel” por mis propios pasos…).

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